Se dice que, por más que se trate de ficción, una historia debe ser creíble. Pero creíble no es lo mismo que verdadera, ya que por verdad se entiende algo de conocimiento común, que sucede o ha sucedido, o que, por probabilidad, puede ocurrir dentro del conjunto de hechos que consideramos reales. Según la RAE, verosímil es algo que tiene apariencia de verdadero. Resalto y ennegrezco la última oración porque es la clave para recordar (al escribir, y también al leer) que, siendo así, podemos asistir a una historia con los hechos más fantásticos, mágicos, e improbables, y quedarnos tranquilos porque, aunque nada de eso sea real ni posible, si el autor domina la verosimilitud, su trama parecerá verdadera de principio a fin.
Una trama puede contar algo que nunca ocurrió fuera de la ficción, y, además, estar contando algo creíble, ya se trate de una historia pueril sobre una conversación entre dos vecinos, o de una invasión extraterrestre. A su vez, ambas historias pueden ser increíbles, si no cumplen el principio de verosimilitud. Este principio exige que lo contado por el narrador tenga sentido, y que este sea coherente y aceptable por el lector.
Si presentamos una historia bajo la ilusión o la expectativa de que la misma es verdadera, será vista como natural y aceptada fuera de la ficción. Dentro de la ficción, alcanza con armar una historia con elementos realistas para que se cumpla el pacto mediante el cual, el autor acepta contar una historia creíble, y el lector acepta recibirla con fingida credulidad.
Habiendo establecido una sólida base de verosimilitud para nuestra historia, podemos seguir edificando la misma, confiando en que posee cimientos firmes. Pero eso no significa relajarnos y descuidar su verosimilitud, porque nos puede suceder lo mismo que a esos cineastas, que comienzan el rodaje de una película de una manera aceptable para luego, un poco más adelante no más, o —peor para el espectador— ya sobre el final, dejan de priorizar la calidad de la construcción y, lo más esperado, es justamente lo que se viene abajo.
La magia está en los detalles. Otra frase que destaco, ya que, mientras más irreal sea la historia que contamos, mayor cantidad de detalles debemos incluir en ella para compensar ese irrealismo. Es como la persona que miente: mientras más detallada es su mentira, más apariencia de verdad cobra la misma ante quien la escucha, y el escritor, si escribe ficción, siempre miente, ya que la palabra ficción viene del latín fictiō, fictiōnis, derivado de fingō, fingere ("formar"), y significa acción o resultado de fingir, simular, imaginar o inventar.
Para que nada resulte inverosímil, hay que vigilar desde muchos ángulos lo que escribimos, porque, como veremos, la verosimilitud no sólo reside en el argumento de una historia, sino también en los demás elementos que conforman la trama.
Debemos cuidar la Verosimilitud en:
Personajes: Antes de dar vida a cada personaje, lo ideal es crear una ficha con información clave: contextura física, salud, carácter, fobias, hobbies, y todo lo necesario para que parezca una persona, en vez de una caricatura de persona.
El modo de ser, personalidad, psicología, o como llamemos al conjunto de pensamientos, actitudes y acciones que cada personaje tendrá y llevará a cabo, reprimirá o sublimará en respuesta a lo que le suceda o no en la trama, es algo que hay que definir muy bien y tener siempre presente, para que sus acciones e inacciones sean coherentes con los hechos que acontecen y lo afectan. Desdeñar este consejo es un lujo que sólo podemos darnos ̶ y hasta cierto punto ̶ si enmarcamos nuestra historia dentro del formato del microrrelato, ese terreno donde todo se simplifica porque la historia debe contarse de forma minimalista.
Ambientación: La ambientación de la historia, ya sea en un lugar real o ficticio, debe presentarse de manera consistente y detallada. La descripción del entorno, la cultura y la época deben ser congruentes con la trama.
Diálogos: El diálogo entre personajes debe sonar auténtico y en sintonía con sus personalidades y contextos. Hay que evitar que sean forzados o artificiales, porque pueden romper el encantamiento de quien lee. Generalmente, quien escribe subestima los diálogos durante su creación, a veces por considerarlos un elemento de fácil construcción, por ansiedad o por algún otro motivo, a tal punto de sobrecargarlos de información ̶ subestimando la comprensión de los lectores ̶ , o se va al otro extremo y da información insuficiente ̶ sobreestimando la comprensión de quien lee̶ .
Este hecho, que no se logre con facilidad dosificar en la medida justa la información que los lectores necesitan, ocurre porque los autores se olvidan de que nadie más sabe lo mismo que ellos acerca de la historia que se encuentran escribiendo, y, como si partieran de una base en la que los lectores también poseen de antemano en sus propias mentes la historia que están por leer, los autores terminan siendo herméticos al narrar, es decir, tacaños con la información escrita, provocando que el sentido de la trama sea por momentos inaccesible al entendimiento de quien la está leyendo, o bien, por el contrario, como dije antes, subestiman la inteligencia de los lectores, o la transparencia de lo que escribieron, y entonces, para evitar ese riesgo inexistente, la saturan de información. Mejor que sobre y no que falte.
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