Ceballos recuerda algo gracioso ocurrido en el trabajo. Al llegar a la parte en que Malvino rió al ver la foto que Ceballos acababa de sacarle, piensa que su risa nació con sospechoso sentimiento, con demasiada diversión, y, sumado al hecho de que Malvino está por jubilarse, le resulta aún más exagerada su actitud, tan infantilmente alegre ante la vida.
Después de cuestionar la alegría de Malvino, tuvo una idea que le resultó convincente.
Siempre ha bastado verlo a Malvino para encontrarlo rebosante de alegría. Eso nunca dejó de llamar su atención, por ocurrir así, casi sin motivos. Ha comenzado a preguntarse, cada vez con más inquietud, si Malvino actúa de la misma forma cuando está solo. De no ser así, piensa que, entonces, debe haber algo que, en presencia de otros, modifica su estado de ánimo. Y leyendo una nota científica, gracias a un concepto que la misma describía, ha creído dar con la clave para resolver el misterio. Su conclusión, al menos de manera parcial, es que Malvino es un catalizado.
Vamos por parte. En la nota leyó que “los catalizadores son sustancias que aceleran una reacción química”. Luego buscó el significado y encontró que, “dicho de una persona o de una cosa: que estimulan el desarrollo de un proceso”. En ese momento se le vino a la mente la risa de Malvino. Fue así como sintió una suerte de revelación. Entendió que Malvino podría ser una persona que carece de lo necesario para sentir alegría por sí mismo, de que no le nazca un sentimiento de alegría ante la rutina, o ante la vida en general, y que lo obtiene solamente en compañía.
Sabe que, ante situaciones adversas, Malvino siempre se sobrepone, como si estuviese más allá del bien y del mal. Por lo tanto, lo que se ha propuesto comprobar, es si, a solas, siente lo contrario. Si eso ocurre, su sospecha de que la energía de Malvino se transforma al socializar, sería cierta.
II
Esta mañana Ceballos espió a Malvino, y creyó comprobar su sospecha, la de que Malvino es muy diferente a solas. Antes de salir de su casa hacia el trabajo, Ceballos ya había advertido una goma de su moto pinchada, y como las gomerías ya habrían cerrado, se preparo con tiempo de más para viajar en colectivo y no llegar ttarde. Caminando las últimas cuadras del trayecto, se dio cuenta de que faltaba aún bastante tiempo para el cambio de turno, y, como esta vez el sonido de su moto no anunciaría como siempre su llegada, pensó que era la oportunidad ideal para poner a prueba a Malvino. Faltando pocos metros siguió avanzando sigilosamente, y al llegar a las columnas de ingreso, se escondió detrás de una de ellas y desde ahí comenzó a observar a Malvino, en la medida que le permitía la ventana de la Guardia. Inmerso en las tareas de rutina, el semblante de Malvino, más que serio, parecía malhumorado, y hasta le dio la impresión a Ceballos de que Malvino bufara de a ratos, como cuando uno tiene ganas de irse y el momento de hacerlo se hace esperar. En ese lapso de tiempo que fue espiado, Ceballos no lo vio reírse nunca, ni siquiera sonreir.
Cuando llegó la hora de hacer el cambio de turno, salió de su escondite y entró a la Guardia. Un Malvino diametralmente opuesto fue el que lo recibió, en otras palabras, el Malvino de siempre. Muy efusivo, lo besó y palmeó antes de cerrar la puerta. Enseguida preparó el mate y, antes de comenzar a cebar, ya estaba contando una nueva anécdota, con sus innatos dotes teatrales. Charlaron, rieron y matearon hasta que Malvino decidió irse.
Era el de siempre, y Ceballos pensó que, ese Malvino paralelo, el espiado, ese viejo gruñón, era el verdadero, y que, por alguna razón, no quería ser descubierto, y que para lograrlo, había inventado al otro, el conocido.
III
Ceballos le contó a Suárez, otro compañero de trabajo, que había espiado a Malvino, y que había descubierto, al parecer, su verdadera personalidad. Suárez se rió e hizo un comentario sobre el tiempo libre de Ceballos, y, restando importancia al asunto, opinó que un Malvino no quita al otro, y que, tranquilamente, el que todos conocen puede ser tan genuino como el serio, y que, si en verdad se esfuerza en ocultar esa seriedad, debe ser para mantener intacta la apariencia de persona alegre, siempre, ante cualquier situación.
Suárez confesó que tampoco lo cree tan fuerte, que de seguro Malvino tiene sus miserias como ellos, y a la vez, sus razones para ocultarlas.
Pero eso no convence a Ceballos, porque tiene un fuerte presentimiento, y desea equivocarse, porque aprecia a Malvino, pero cree que el Malvino alegre es una pantalla, y que el único genuino es el secreto, el que no se deja ver. Siente la necesidad de desenmascararlo, y tiene un plan: hacerlo enojar, lo suficiente como para que pierda el control de su impostura, y aparezca el verdadero. Pero, al mismo tiempo, no se imagina a sí mismo haciéndolo enojar. No lo haría porque lo aprecia, y también porque encuentra incierto el resultado que pueda obtener; no tanto la reacción de Malvino, porque Ceballos cree que aun ofendiéndose, Malvino posee la habilidad de mostrarse alegre; es la posibilidad de que el trato entre ellos cambie negativamente lo que lo detiene. Quizá, en el fondo, no quiere tratar con el Malvino que piensa desenmascarar, porque hasta los favorece, aún si finge, al ofrecerles su mejor ánimo, su mejor sonrisa, su mejor energía.
IV
Es lunes, y Ceballos se encuentra trabajando. Ha hecho fácil y segura la cuestión que venía meditando ejecutar: como tiene acceso a las cámaras de vigilancia, aunque no autorizado, llegó tarde a su puesto a propósito, para luego buscar y observar la reacción de Malvino captada en video. Según el registro, Malvino espera pacientemente mientras atiende la Guardia, y, llegada la hora de irse preparando, barre un poco, riega los espacios verdes, guarda sus cosas. Deja el Libro de Actas sin hacer hasta que llegue Ceballos, como siempre. En un momento mira hacia arriba, seguramente hacia el reloj, porque es ahí cuando su humor se trastoca de manera evidente. Ceballos comienza a encontrar interesante la filmación en ese instante, y, al mismo tiempo que va observando las conductas de un Malvino que se pone cada vez más serio, va riendo con creciente hilaridad, hasta que recuerda que Malvino el día anterior había mencionado algo acerca de un doctor cuando subía a su moto, y ahora, como asombrado, recuerda que Malvino le había pedido, por favor, que lo relevara unos minutos antes para poder llegar a tiempo a la cita con su médico.
Ceballos siente verdadera pena, porque recién ahora logra atar los cabos sueltos: Malvino ya había limpiado y ordenado, había hecho el Libro de Actas en contra de su voluntad, violando el principio de cerrar el libro hasta que llegue el relevo, había saludado a Ceballos así nomás, y hasta había rechazado el ritual sagrado de los mates, y se iba, apurado, balbuceando a través del casco que enjaulaba su cabeza, algo de un doctor, y Ceballos, para no demorarlo, sin entenderle había contestado que sí, que no había drama, que anduviera bien y hasta mañana.
V
Malvino está inmerso en un documental, ve que se acerca un vehículo, sale hasta el umbral de entrada a la Guardia y saluda amablemente a los ocupantes del vehículo que, sin detenerse ni frenar, embiste la barrera de ingreso y sigue como si nada. Malvino se agarra la cabeza, saca el teléfono, se pone los anteojos, no sabe qué hacer, a quién llamar ni qué anotar en el Libro de Actas.
VI
Por supuesto que Malvino se enoja. Me enteré, dice, que Ceruti dijo que enganchó la barrera porque yo la había dejado, según él, en posición peligrosa o algo así. La barrera estaba bien, que se fijen en las cámaras, y listo!
Ambos saben que la falta fue suya, y que, al no tener acceso a las cámaras, lo que él diga será, supuestamente, la verdad para Ceballos.
Siguió cebando mates y Ceballos comiendo facturas. Ese día se puso de su lado:
—Dejalos, Malvino, a vos no te van a tocar, igual.
VII
Hace mucho que a Ceballos le cae mejor Malvino, y no sabe por qué. Lo único que ha notado es que no anda tan risueño como siempre, quizás debido al enojo que aún siente contra Ceruti. Ahora disfruta de la compañía de Malvino hasta que abandona la Guardia. Ya las últimas veces que lo espió, Ceballos no era el mismo, ahora se da cuenta, y, además, también acepta que andaba como a la defensiva. Se ríe más que antes cuando Malvino cuenta anécdotas. Y ahora, cuando lo ve irse despacito en su moto, siente algo de culpa por todas sus intrigas hacia él. Y, por otro lado, sigue pensando que cumplió, a la vez, con un mandato que sentía que debía ejecutar.
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